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Muerte accidental de un anarquista, los escándalos y la conciencia

Vagner Felipe Kühn

 

Mientras intentaba subirme a un taxi en la ciudad de San Pablo, pero sin ningún éxito, escuché al conductor hablando, con acento del noreste, sobre su deseo de aniquilar a una fiscal de tránsito que lo había obligado a pagar siete reales por simplemente estar parado en la calzada, aguardando a un pasajero. Me dirigía hacia el Teatro Gazeta, en la Avenida Paulista, corazón financiero de Brasil.

  Vi la obra Muerte accidental de un anarquista escrita por el italiano Dario Fo (1926–2016), vencedor del premio Nobel de Literatura en 1997. La obra, una mezcla de comedia y drama, algo típico del mejor texto italiano, fue escrita apropiándose de diversos hechos verídicos que involucraron la misteriosa muerte de Giuseppe “Pino” Pinelli, el 15 de diciembre de 1969.

  Un atentado con bombas había ocurrido en la Piazza Fontana, en Milán, el 12 de diciembre de 1969, matando a 17 personas e hiriendo a 88. En el apogeo del rumoroso caso, Pinelli fue detenido para realización de averiguaciones, juntamente con otros anarquistas, simplemente por su conocida militancia política. Antes de la media noche del 15 de diciembre de ese año, sin embargo, fue visto cayendo hacia la muerte desde una ventana del cuarto piso de una comisaría en Milán. Al momento de la caída, tres policías lo interrogaban, incluyendo al comisario Luigi Calabresi.

  El texto impecable del ícono italiano fue traducido a varios idiomas y puesto en escena en diversos países, pero por las semejanzas entre Brasil e Italia, y por el talento del elenco (Marcelo Laham, Henrique Stroeter, Riba Carlovich, Marcelo Castro, Maíra Chasseraux y Rodrigo Bella Dona), es inevitable nuestra visceral identificación.

   Cerca de las 20 h del domingo 2 de setiembre de 2018, mientras las llamas iniciaban la destrucción del Museo Nacional, en Rio de Janeiro, incendiando las redes sociales e indignando a la sociedad brasileña, yo me embarcaba en la narrativa genial de Dario Fo, recibido por los propios actores, que tocaban y cantaban en la entrada de la sala. No sabía, en aquel momento, cuanto sería, como ciudadano, desenmascarado.

Entre las muchas enseñanzas de la pieza, me permito extraer una, la que más me consumió. Estoy seguro de que no desanimará a quien quiera verla o leer el libro, ya que la riqueza de la obra no cabe en este modesto espacio de reflexión. Dijo Dario Fo, a través de la boca de su personaje loco, que los escándalos son la sal de frutas de la democracia. En ellos encontramos una oportunidad para chismorrear, gritar, culpar. Y de un escándalo rápidamente pasamos al próximo, olvidando el anterior. La democracia necesita escándalos al igual que una persona necesita un eructo antes de seguir atiborrándose. La reacción al escándalo es una válvula de escape que une a todos en indignación, pero que contribuye más para la permanencia que para el cambio.

    El incendio del Museo Nacional, iniciado en el momento en que yo estaba en esa obra, fue un escándalo. Todos se unieron para demostrar indignación, dolor y decepción. Pero, con otro escándalo ocupando los titulares, veríamos que no duraría más tiempo que el del alivio de un eructo. 

     Abrazos simbólicos son dados al museo hecho cenizas, mientras una autoridad pública trata como viudas a los protagonistas de esa indignación, culpando a la prensa por no haber producido atención social sobre la situación del edificio histórico.

  Por un lado, la reacción emotiva de un pueblo que no tiene tiempo para una reflexión calma y organizada, para elecciones ponderadas y estratégicas; por otro, el discurso de un líder que confiesa el sistema de funcionamiento de la democracia brasileña, pareciendo estar seguro de que el tono escandaloso con el cual acusa para defenderse permitirá que la gente levante su campamento y siga rumbo al próximo escándalo. Todo en el tiempo de un eructo.


Vagner Felipe Kühn Feb 20 '19

                     El libro de los muertos, el peso del corazón y el nacimiento de la Justicia

Vagner Felipe Kühn

 

    No fueron los extraterrestres quienes inventaron Egipto. Esa respuesta necia, insistentemente alardeada por programas televisivos de historia, no honra el legado humano de esa importante civilización.

  Los más de cinco mil años de la Paleta de Narmer nos cuentan el inicio de aquella aventura. Una pieza de pizarra pulida con inscripciones en bajorrelieve, en ambos lados, en forma de escudo, que retratan las realizaciones del faraón Narmer, el primer líder que unificó el Alto y Bajo Egipto. El fundador de la primera dinastía. Para tener una idea de cómo esa civilización es antigua, basta decir que la conocida Cleopatra, que reinó entre 51 a.C. y 30 a.C. estaba más distante del tiempo del Faraón Narmer de lo que hoy estamos de ella.

  Egipto floreció en virtud del río Nilo, el mayor en extensión del mundo (452 km mayor que el río Amazonas). Las inundaciones periódicas hacían rebasar sus márgenes, llevando materia orgánica y abasteciendo represas que eran posteriormente liberadas de modo controlado. La alternancia del ciclo de inundaciones y de sequías fue registrada por los egipcios y servía de base, inclusive, para cobranza de tributos.

  La isla de Elefantina, situada en frente a la ciudad de Asuán, contaba con un sistema de marcación del nivel de las inundaciones que le permitía al faraón prever el porcentaje de tributos que le cobraría a su pueblo. Existen registros indicando que en el tiempo de Ramsés II (reinado entre 1279 a.C. y 1213 a.C.) ese ejemplo de progresividad tributaria ya era aplicado. Cuando el caudal del río estaba más bajo, una menor área era inundada y, por lo tanto, traía una cosecha menor. En esas crisis, el porcentaje de tributos que se pagaba era también menor.

  Los faraones, habiendo alcanzado riquezas enormes, querían superar las limitaciones impuestas a los mortales. Por esta razón elaboraron, progresivamente, un complejo sistema de preparativos para la vida después de la muerte. Esos registros permanecen hasta la actualidad pues eran depositados juntos a las tumbas, y parte de ese proceso era transcripto en sus paredes.

Irónicamente, aunque muchas riquezas acompañasen al fallecido, lo que determinaba su acceso a la próxima vida no eran los bienes materiales sino el peso de su corazón. El juicio era realizado por la diosa Maat, una joven mujer que llevaba una pluma en la cabeza que le ayudaba a comparar el peso del corazón del fallecido. En el juicio frente a Maat, que ocurría en el Salón de las Dos Verdades, el corazón era colocado en un lado de la balanza y una pluma (o un algodón) era colocado en el otro. Si el corazón pesase más sería devorado por la diosa Ammit y el condenado, considerado indigno, debería permanecer eternamente en el Duat (inframundo). Aquellos de corazón bueno y puro eran enviados al Aaru (paraíso).

  En el juicio, era necesario hacerle cuarenta y dos confesiones negativas a Maat. Entre ellas destaco las siguientes: no he asesinado hombre o mujer; no he proferido mentiras; no he maldecido; no he hecho llorar a nadie; no he sentido inútil remordimiento; no he sentido rabia sin justa causa; no he desmoralizado verbalmente a la mujer de ningún hombre (recitada dos veces); no he dominado a nadie a través del terror; no he transgredido la ley; no soy un agitador de conflictos; no he actuado o juzgado con prisa injustificada; no he llevado a nadie a cometer errores; no he hecho el mal.

           De este modo, cuando veas una gran pirámide o un enorme monumento en honra a los dioses o a los faraones egipcios, recuerda que, según el Libro de los Muertos, incluso el faraón pasaría al paraíso solamente si tuviese un corazón liviano y que su peso era definido por los actos practicados en relación al prójimo, y o por los bienes que acumulaba. De esa narrativa habría nacido el sentido moderno de Justicia, difundido por las tres grandes religiones abrahámicas. Según la Biblia, el propio Dios ordenó que Abraham continuase hacia Egipto (Hebreus 11: 8-10), pero eso es un tema para otra columna.

El mensaje del foro es editado por Vagner Felipe Kühn Mar 11 '19
Vagner Felipe Kühn Feb 20 '19

El tiempo de los pensamientos

Vagner Felipe Kühn

 

          No hace mucho tiempo me encontré con los lapsos vacíos que habitan nuestro cotidiano y con cómo intentamos, instintiva y desesperadamente, llenarlos. La impaciencia de la vida moderna es un claro síntoma.

  Caminando por un shopping noto a la vendedora aguardando a un cliente que había demorado horas para llegar. En la recepción de una entidad pública veo a un funcionario perdido, sin conexión al sistema del cual depende su trabajo. En el hospital, por la puerta entreabierta, alcanzo a un médico que se recuesta en la camilla porque la guardia es inesperadamente tranquila, no habiendo a quien atender. Son todos pequeños lapsos de tiempo que parecen eternos en la carrera que se ha vuelto la vida.

            En verdad, aprendemos que todo eso es una gran pérdida de tiempo. Cuando no estamos centrados en algo, sentimos que estamos rompiendo un inmenso pacto tácito que pone a todos en un giro frenético. Basta preguntarle a alguien como está para recibir la sintomática respuesta: ¡A las corridas!

  Siempre me acuerdo de las imágenes de las películas de los años noventa. Un hombre de una historia cualquiera con un traje impecable y un café en la mano entra a una oficina llena de gente. De esas oficinas donde las personas trabajan en una inmensa sala con divisiones apenas hasta la altura de la mitad de la cabeza. Una secretaria lo acompaña diciéndole los varios compromisos que lo aguardan durante el día. Esa proyección de vida útil y bien sucedida, donde las personas hablan, toman café caminando y son el centro de atención, parece ser irresistiblemente seductora.

  Siempre apresados, ¡y culpados cuando no lo estamos! Pues si no lo estuviésemos seríamos devastados por la sociedad. Incluso las vacaciones y momentos de ocio, hoy, necesitan ser atentamente documentados para que el sentido de provecho no se pierda. Sí, utilidad parece ser la gran herramienta de medición del ser humano. Sin ella somos inútiles, coqueteamos con el vacío que antecede y sucede a todos los grandes momentos de nuestro día.

¿Y la paciencia? Simplemente no hay lugar para eso en un mundo frenéticamente regido por la utilidad. Incluso quien atiende los mayores parámetros de utilidad, cuando observa su día, piensa en descartar lo que considera el tiempo de menor valor.

  No importa si es algo arriesgado, es necesario sacarse una bonita self conduciendo el carro. No importa si es la misa de sufragio de un familiar querido, mejor es ver la últimas noticias en el celular. No hay problema si es una parte más repetitiva de la clase, es momento de arreglarse las uñas.

  ¿Tenemos sanidad suficiente para sentir soledad, libres de los múltiples estímulos externos de la vida, enfrentando activamente los lapsos de tiempo que no tienen un sentido de utilidad aparente?

  Al quedarse solo, el ser humano revuelve sentimientos y recuerdos, evalúa expectativas, constata lo que fue y lo que dejó de ser. Pocos tienen las condiciones para revirar lo que no está muy organizado y, por esa razón, temen cualquier fragmento de tiempo que no esté etiquetado con alguna utilidad.                          

  La mente puede tender muchas trampas, pero también es en ella que se encuentran las llaves de los pensamientos que nos aprisionan. Somos todos movidos por la gula, avaricia, lujuria, ira, envidia, pereza, soberbia, entre otros impulsos, de modo que hay una vasta producción de pensamientos cuidadosamente grabados, sin importar cuánto daño acarreen.

  Tenemos que comprender y aprender a lidiar con el tiempo. El tiempo dedicado a algún evento que rotulamos como importante y el tiempo que tenemos para nuestros pensamientos. El tiempo del silencio y de la introspección. El tiempo necesario para organizar las memorias, revivir el pasado, sea bueno o malo, para que los sentimientos salgan de las sombras. Ese tiempo no puede ser considerado un desperdicio, pues no nos reducimos a la utilidad que tenemos para el mundo. Hay mucha vida habitando esos pequeños espacios de silencio.

Adjuntos:
  El tiempo de los pensamientos.pdf (97Kb)
Vagner Felipe Kühn Mar 11 '19

                               Santo Tomás de Aquino y la razón como ejercicio de la fe

Vagner Felipe Kühn

 

Mientras caminaba por el Kloster Eberbach, la abadía donde se filmó El nombre de la rosa, basada en el libro de Umberto Eco, en Alemania, intenté imaginar cuán grande fue el coraje y la fe de los religiosos que descubrieron la filosofía de Aristóteles a partir de la segunda mitad del siglo XII. Tal como la película lo sugiere, algunas lecturas en aquella época podían conducir a la muerte.

La obra de Aristóteles no llegó a la Europa medieval por un camino fácil. Gran parte de la preservación de la filosofía griega se le debe al califato Abasida. Estos eran árabes descendientes de Abul Abas ibne al-Mutalibe (566–662), uno de los tíos más jóvenes de Mahoma. Para los árabes, Aristóteles era considerado “al Hakim”, que según el Dr. Eduardo C. B. Bittar, significa aquel “a cuya autoridad se recurre y de cuya doctrina se extraen los elementos para el perfeccionamiento de los saberes y de las artes humanas”.

No es coincidencia que en España floreció el pensamiento filosófico aristotélico, pues era territorio, en gran parte, dominado por los árabes. Llamaban a sus dominios en la península ibérica “al Andalus”. Los árabes permitían una considerable tolerancia religiosa, de modo que los musulmanes, los cristianos y los judíos mantenían un importante intercambio de ideas. Para Rosalie Helena de Souza Pereira, “Toledo fue el punto de encuentro de las culturas árabe y latina”, pues en el “siglo XII, los estudiosos cristianos buscaron en las bibliotecas de la Península Ibérica los tesoros de la ciencia árabe que en ellas estaban cuidadosamente guardados”.

Por esta razón, se le debe a la Escuela de Toledo, constituida sobre el patrimonio intelectual árabe, la difusión de la filosofía aristotélica en el siglo XII. Algo que causó, en palabras de Carlos Lopes de Mattos, un efecto “extremamente perturbador”. En 1211, el tratado de París estableció la prohibición de enseñar la física de Aristóteles y, en 1215, al establecer los estatutos de la Universidad de París, el Papa prohibió la lectura de las obras Metafísica y Filosofía de la Naturaleza.

Cuando Tomás de Aquino nació, en 1225, nadie imaginaba que aquel joven reconstruiría/redelinearía la doctrina católica para siempre, abriendo un espacio para que la razón y la ciencia rescatasen a Europa de su era más nebulosa. Él no se consideraba un filósofo sino un hombre de fe. Justamente fue por esa razón que sus enseñanzas fueron consideradas como el resultado de un trabajo teológico, y no una provocación filosófica.

Entre sus enseñanzas se destaca la noción de dos verdades: la de la fe y la de la razón. Santo Tomás de Aquino comprendía que la razón humana podría ser impulsada por Dios, principalmente en temas de fe, pero los seres humanos también tenían una capacidad natural para acceder al conocimiento, sin que fuese necesaria una intervención divina especial. Sostenía que el ser humano tenía la capacidad de conocer las cosas inteligibles a través de la razón y no de la fe. 

         Su esquema intelectual se aplica también en Ética. Podría llegarse al actuar virtuoso a través de la ponderación racional. Eso queda claro en su obra Suma contra Gentiles: “Hay ciertas verdades de Dios que sobrepasan la capacidad de la razón humana, como es, por ejemplo, que Dios es uno y trino. Otras hay que pueden ser alcanzadas por la razón natural, como la existencia y la unidad de Dios [...]”.

            Santo Tomás de Aquino falleció en 1274. Su legado moldó la filosofía moderna y el propio Derecho. Pero la ignorancia está más fuerte que nunca y la palabra Jesús es entonada para justificar dogmas de fe irracionales. Santo Tomás de Aquino, como otros valientes estudiosos medievales, se apoyaba en la fe para guiarse por la razón. Hoy, pasados más de 700 años, muchos transformaron la fe en plataforma de prédica para la ignorancia.

El mensaje del foro es editado por Vagner Felipe Kühn Mar 11 '19
Vagner Felipe Kühn Mar 11 '19

Narciso de Ovidio y aquellos que no pueden amar

Vagner Felipe Kühn

     

     El Libro III de la obra Las metamorfosis (Metamorphoseis) del romano Publio Ovidio Nasón (43 a. C. - 18 d. C.) incluye el mito griego de Narciso. Este era hijo de Liríope y Cefiso, quienes, al momento de su nacimiento, buscaron junto al oráculo la previsión del futuro de Narciso. Consultado, el oráculo reveló que el joven viviría hasta la vejez, “mientras nunca se conociera a sí mismo”.

  Según la obra, “muchos jóvenes a él, muchas muchachas lo desearon. Pero -hubo en su tierna hermosura tan dura soberbia- ninguno a él, de los jóvenes, ninguna lo conmovió, de las muchachas”. El joven era inmune al interés hacia cualquier persona aunque instigaba profundo deseo en todos.

  En verdad, no apenas humanos, sino también ninfas se enamoraban perdidamente de Narciso. Como el deseo irrefrenable no fue correspondido, ilusionados, todos le rogaron al cielo que no pudiese jamás encontrar el amor: “Que así aunque ame él, así no posea lo que ha amado”.

Considerando la súplica justa, Ramnusia (diosa conocida también como Nemesis) la atendió. Narciso, parando para descansar cerca de una fuente, nota su reflejo al intentar aplacar su sed. En ese momento ve su imagen reflejada en el agua: “A sí se desea, imprudente, y el que aprueba, él mismo apruébase, y mientras busca búscase, y al par enciende y arde. Cuántas veces, inútiles, dio besos al falaz manantial. En mitad de ellas visto, cuántas veces sus brazos que coger intentaban su cuello sumergió en las aguas, y no se atrapó en ellas. Qué vea no sabe, pero lo que ve, se abrasa en ello, y a sus ojos el mismo error que los engaña los incita.”

  Al amar su reflejo, sin poder tocar su imagen, Narciso siente el sufrimiento del amor no correspondido: “Desea él tenido ser, pues cuantas veces, fluentes, hemos acercado besos a las linfas, él tantas veces hacia mí, vuelta hacia arriba, se afana con su boca. Que puede tocarse creerías: mínimo es lo que a los amantes obsta. […] Una esperanza no sé cuál con rostro prometes amigo, y cuando yo he acercado a ti los brazos, los acercas de grado, cuando he reído sonríes; lágrimas también a menudo he notado

 yo al llorar tuyas; asintiendo también señas remites […]”

  Al final, la muerte lo alcanza, no logró librarse del amor hacia su propio reflejo: “Él su cabeza cansada en la verde hierba abajó, sus luces la muerte cerró, que admiraban de su dueño la figura”. Pero ningún cuerpo fue encontrado: “[…] zafranada, en vez de cuerpo, una flor encuentran, a la que hojas en su mitad ceñían blancas”.

    Quien ande por la región mediterránea, no tendrá dificultad en avistar flores del género “Narcissus”. Florecen en primavera, en suelo húmedo, cerca del agua. Plantas que tienen como característica un tallo que inclina la flor hacia abajo, como si ella misma quisiese encontrar su reflejo en el agua.

  Henry Havelock Ellis adoptó el término narcisismo, introduciéndolo definitivamente a la psiquiatría a fines del siglo XIX. Tema posteriormente retomado por Sigismund Schlomo Freud. Actualmente, el trastorno de personalidad narcisista (TPN) es un trastorno catalogado en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V). Son descriptos los siguientes síntomas: tiene un grandioso sentido de autoimportancia; está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios; cree que es único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto status; exige una admiración excesiva; expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas; saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas; carece de empatía; frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él; actitudes arrogantes o soberbias.

  El mito griego de Narciso representa un trazo indistinto de la personalidad humana que puede, en muchos casos, evolucionar hacia un trastorno. En ningún momento de la historia estuvieron disponibles tantos instrumentos de estímulo a las personalidades narcisistas. Jamás el culto al propio reflejo fue tan poderoso para impedir que las personas miren lo que hay a su alrededor.

-Cartas a la Humanidad -

Paredes de colores en una vida a blanco y negro

 

“Esta es una época para

 desamar, desaprender y desobedecer, y no

puede ser de otra forma porque en

ella es necesario deshacer el estado

de ignominia, ignorancia funcional,

injusticia, antidemocracia, guerra,

barbarie, miseria y dependencia en

que nos encontramos”

Carlos Medina Gallego[1]

 

 

Mientras se compartían entre los comensales ideas sobre cómo cambiar la vida de los pobres y la desigualdad que agobia a nuestra sociedad, una de las propuestas consistía en afirmar que al pintar las fachadas de las casas de los pobres de colores, este acto no sólo transformaría sino que mejoraría sus vidas. Frente a esta idea, no se pretende descalificar la necesidad de la vivienda digna en todo su contexto de habitabilidad y existencia de servicios básicos a partir del agua potable, energía, entre otros, pero, si el cambio físico de la fachada puede transformar la historia de un niño como Diego, los ladrillos con los que están construidas las escuelas deben ser muy inteligentes.

 

Pensado y dedicado a los Diegos del mundo.

 

Texto completo adjunto...

 

María Carolina Estepa Becerra

 

Escritora, docente e investigadora, consultora en derechos humanos, formada como abogada, Especialista en pedagogía de los Derechos Humanos, Magíster en Derecho Contractual Público y Privado, Doctoranda en Derecho Constitucional por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires – UBA, Catedrática por la Solidaridad y la Paz nombrada por el Parlamento Internacional de los Estados para Seguridad y Paz área Sudamérica (Organismo Intergubernativo reconocido por Naciones Unidas).

 


[1] Desamores, desaprendizajes y desobediencias. Didáctica de resistencia contra la ignominia, Bogotá DC., 2003, Alquimia Ediciones.


El mensaje del foro es editado por Maria Carolina Estepa Becerra Jun 24 '19

-Cartas a la humanidad-

Democratización de la educación:

Los derechos humanos no se enseñan, se aprenden con la vida

 

“El que enseña sin emancipar, embrutece”

Rancière, El maestro ignorante.

 

 

¿Educación? ¿Quién educa a quién? ¿cuándo y cómo empezar a educarse a sí mismo? Son preguntas constantes cuando la vida es dedicada a la enseñanza de un arte, un conocimiento, o saber. Son interrogantes que se dirigen a escenarios diferentes, pero generalmente se unen para nombrarse como un todo en la palabra educación.

 

Por una parte, la educación se refiere a un sistema que aporta en la construcción de habilidades para formar ciudadanos, aquí pueden incluirse los conceptos derecho y deber, desde el Estado y para el ciudadano. Para la entrega del conocimiento se requiere de escenarios dotados con medios audiovisuales en aulas, escuelas, universidades, institutos, centros de aprendizaje, plazas públicas, se jerarquiza por niveles en básica, media, técnica, profesional, por horas impartidas, en modalidades presencial y virtual. Hasta aquí la descripción del escenario. Falta darle vida, sentido, contenido. Sin estudiantes, para qué maestros, sin emancipación, para qué educación.

 

Un instrumento de la educación es el maestro, siendo el profesor quien debe esparcir los conocimientos como semillas, algunos intentan mostrar la verdad de la vida, con su ejemplo, muchas veces poco ejemplar, pero el mejor acto en realidad es el de enseñar a leer, que es superado por el aprender a leer, y por el de ejercer la práctica de la lectura, esto es aprender a tener mil mundos disponibles, como a Cervantes y los sueños del Quijote de vencer el mieda, la ignorancia y la injusticia, en su mundo de amor. Leer es de tal magnitud que nos lleva a despertar los sentidos como el olfato, con El perfume: historia de un asesino, la primera novela del escritor alemán Patrick Süskind, publicada en 1985, posteriormente llevada al cine. O las emociones que despierta el leer música, como el escuchar las Humorescas del compositor checo Antonín Dvořák (1841-1904) , escritas durante el verano de 1894. O encontrar un lugar en ese Mal país, y hacer parte del engranaje social que marca la ficción, en Un Mundo Feliz (1932), del británico Aldous Leonard Huxley (1894-1963), siendo más salvajes que del mundo civilizado. O seguir a Cortázar (1914-1984), en Historias de Cronopios y Famas (1962) reflejándonos en el espejo de ambos personajes. De tal magnitud es el aprender a leer, que no se requiere de maestros, ya que los libros, autores y personajes, comienzan a ser los mejores amigos y guías.

   

¿Qué enseñar y en cuánto tiempo? Es un cuestionamiento permanente, la responsabilidad del mensaje, la construcción de seres libres, autónomos, con pensamiento crítico, e información analizada, veráz y que sea práctica para su vida, es una de las pretensiones. Acudir a la “episteme, (de origen griego), que significa “dar a conocer”, comunicando los fundamentos y reconociendo el carácter social de la ciencia, en oposición al doxa (también de origen griego), que significa emitir opiniones sin fundamento”, en palabras de Nancy Cardinaux y Ana Kunz, (2016:20), es la tarea del maestro llevar al aprendiz a pensarse dentro del mundo que le rodea y hacerse partícipe de su realidad a través del conocimiento, construído con criterio propio y a partir de los múltiples pensamientos de otros autores, de tal manera que se supere la opinión, ya que se puede opinar de todo lo que no se sabe, pero poco se habla de lo que se conoce.

 

Todos somos aprendices de la vida, estudiantes y alumnos, todo el tiempo. La vida nos evalúa mejor que las notas que pueden dar becas y diplomas que certifican saberes, es saber qué se hace con ese conocimiento.  Pero, ¿qué hacer cuando un estudiante olvida la ética? Y además culpa al docente de su “mala suerte”, el ejemplo de una maestría en donde compartí algunos conocimientos en un seminario, un estudiante me pedía que no “lo perjudicara” si perdía la materia, perdía la beca, y necesitaba graduarse rápidamente y recibir el ascenso porque así aumentaría su salario. Otro me sugirió que yo hiciera su trabajo de investigación y me pagaba, o si le recomendaría a alguien que lo hiciera. Otro caso similar, donde el estudiante contó cómo fue su ingreso al programa sin entrevista, ni requisitos, todo por recomendación política, aclarando que en “el salón se gozaba de inmunidad ética”. En otras ocasiones se me pidió aprobar a estudiantes porque tenían cálculos renales, cáncer, o estaban recién paridas. También se aprobaron cientos de personas de cursos, porque así lo pedían los indicadores. En una ocasión, una estudiante de una reconocida universidad privada, me dijo con muy mal carácter que no aceptaba una nota de 2.0 como evaluación, porque ella pagaba 10 millones de pesos para sacar esa nota, en este caso las directivas le dieron toda la razón, arguyendo que el cliente tiene la razón, y que de esa matrícula salía mi salario, por supuesto fui despedida.

 

Puedo continuar con otros casos, como el estudiante único y becado, que sólo lloraba para no perder su beca, pero no estudiaba. Esto sucedía en una universidad pública, en donde comencé a experimentar la brecha y contradicción del discurso de los derechos humanos, lo vacío de la educación como derecho universal, pública, gratuita, de calidad y laica. En un aula con un estudiante, ¿Cómo impactar al mundo? ¿Por qué tan mezquina la actitud de quienes dirigen los establecimientos educativos, del Ministerio de Educación, de los mismos profesores y estudiantes? Que no solo no pague uno, que no paguen 100, que no pague ninguno, porque ya está sufragado con los impuestos de todos. Estos no nos los derechos humanos que quiero, los que digo enseñar, esos que buscan crear consciencia. ¿Cómo vivir el derecho a la educación? Y ¿Quién le imprime la calidad? si no somos los que nos dedicamos al oficio de enseñar, ¿entonces quién?

 

¿Cómo enseñar qué son los derechos humanos? Es invitar a pensar, a aprender a leer, a otros, a muchos, y a sí mismos, para aprender a respetar las diferencias. Se requiere de toda la vida, porque es la experiencia de ser amo y dueño de la propia vida, de poder pasar los derechos del idealismo al realismo, porque se despierta la conciencia y la razón humana.

 

María Carolina Estepa Becerra

Investigadora de la Redipal.

Escritora, docente, consultora en derechos humanos, formada como abogada, Especialista en pedagogía de los Derechos Humanos, Magíster en Derecho Contractual Público y Privado, Doctoranda en Derecho Constitucional por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires – UBA, Catedrática por la Solidaridad y la Paz nombrada por el Parlamento Internacional de los Estados para Seguridad y Paz área Sudamérica (Organismo Intergubernativo reconocido por Naciones Unidas).

  

El mensaje del foro es editado por Maria Carolina Estepa Becerra Jun 24 '19

-Cartas a la humanidad-

A donde me lleve el viento

 

¿Kevin, qué quieres ser cuando grande?

voy a ser un muerto

No quiero ser adulto,

porque cuando crezca

solo puedo ser policía o guerrillero

Los adultos siempre se matan.

 

¿Profesora, a los cuantos años los niños van a la escuela?

-¿Cuántos años tienes?-

Siete, respondió.

Van a los ocho Kevin.

 

Kevin, niño de 7 años,

Marquetalia 2017

 

 

Dedicada a Kevin y Ezequiel,

 

Cada vez que me preguntan en algún lugar, que ¿a dónde voy o cuándo regreso? Suelo responder, a donde me lleve el viento o cuando me traiga el viento. Y sí, el viento realmente me ha llevado a muchos lugares a compartir el pensamiento de los derechos humanos como una forma de vida, de convivencia, coexistencia, respeto por las diferencias, he llegado a lugares que jamás imaginé llegar como: Mitú, Puerto Leguízamo, Inírida, Carreño, Leticia, San José del Guaviare, Florencia, Arauca, Caucasia, Apartadó, Buenaventura, Tumaco, Quibdó, Riohacha, Mocoa, Puerto Asís, Puerto Gaitán, Sincelejo, Granada, Villavicencio, entre otros, pero entre los lugares visité dos en particular que me causaron mucho asombro, los lugares de guerra, Larandia y Marquetalia, donde se forman los militares y guerrilleros, que me invitaron al tercer escenario, La Habana y la revolución.

 

En Larandia, la base militar más grande del país entre el llano y la selva amazónica, en el año 2016, fui a hablar de la importancia del proceso de paz con las Farc-Ep, se decía que los militares pensaban en dar un golpe de Estado, nunca se supo en realidad. En un auditorio de más de trescientos uniformados, en su gran mayoría hombres explicaba la importancia de los derechos humanos, del derecho internacional humanitario, de la guerra, la historia del país, la construcción de la paz y la posibilidad de tener otra forma de vida que no fuera matándose. La visita del Ministro de Defensa suspendió mis clases. No podía salir de la habitación, por lo tanto sólo podía observar por una ventana, cómo los soldados en medio de un sol y calor infernal, a medio día y durante el día, todos los días, gritaban arengas a la patria y en contra de sus enemigos, recibían a cambio insultos, groserías, y mal trato. Caras de odio y sufrimiento. Lo que me hizo pensar sobre los héroes de la patria, como se denominan a quienes regresan mutilados de la guerra.

 

En ese momento recordé a Salomón, un desmovilizado de la guerrilla, que en 2012, quien tras 40 años de pertenencia al grupo armado decidió desmovilizarse con sus ocho hijos, ya que sus dos hijas mayores eran cabecillas de frente y no lo quisieron seguir, quien además manifestaba el arrepentimiento por su decisión que tenía aguantando hambre, a su esposa e hijos. Con dolor nos comentó que en la guerrilla nunca aguantaron hambre. Salomón, era un desmovilizado cuyo comportamiento ejemplar en el proceso de reintegración social y económica que adelantaba en aquella época el gobierno nacional y que un grupo de consultores con recursos de cooperación internacional evaluamos, recomendaban y permitían la visita a su proyecto productivo, un taller para despinchar bicicletas. El trabajo nos permitía hablar con los desmovilizados de la guerrilla y paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia -AUC-, que la Agencia Colombiana para la Reintegración -ACR- referenciaba como casos exitosos, en fin. Salomón afirmaba que: “La guerra son los de arriba tomando whisky y los de la base dándose plomo. Todos se ponen de acuerdo para los positivos”. En ese momento pensaba si los soldados que gritaban en Larandia, se mataban con los hijos de Salomón, pobres, con hambre, sin conocerse, enemigos de la nada, de la guerra, sin historia, sin pasado, y sin futuro.   

 

De estos auditorios, pasé un día a Marquetalia en 2017, a “pelear” con una máquina mezcladora de cemento, gravilla, ladrillos, arena, pulidora, música, obreros vs. la clase, para enseñar a los guerrilleros que era el Estado Social de Derecho, los derechos humanos y la construcción de un proyecto de vida. Estaba ahí, en donde en 1964 se crearon las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército Popular Farc-Ep, tras la orden del presidente conservador Guillermo León Valencia (abuelo de la hoy senadora uribista Paloma Valencia, contradictora del acuerdo de paz) de bombardear a Marquetalia y perseguir a los comunistas, 53 años después convertida en zona veredal transitoria de normalización ZVTN, allí aguardaban los guerrilleros mientras se hacía la dejación de las armas a los representantes de Naciones Unidas, y la inscripción a la Registraduría, para ejercer su ciudadanía. Un día los estudiantes de la especialización de derechos humanos, me decían con asombro:

-Vámos profesora, hay un huequito en la ZVTN y se pueden ver los guerrilleros!

-Y ¿cómo son? Les pregunté

-¡Son como nosotros!- Respondieron

Y ¿cómo querían que fueran? Si son solo humanos, -respondí-.

 

La intempestiva ola de ayuda e intervención social, de comunidades religiosas y el ofrecimiento del gobierno cubano de llevar 200 guerrilleros a Cuba a estudiar medicina, incitó a la universidad en la que trabajaba a participar con un equipo, compuesto por directivas, docentes, estudiantes, sacerdote, filósofo, entre otros, un equipo interdisciplinario que iría a salvar a estas almas, al llevarlas por el camino del Estado Social de Derecho, a mostrarles la verdad constitucional, a pretender dirigir la vida de aquellos que no conocemos, pero que creemos saber sus necesidades, otra colonización de teorías, discursos y mentiras poco aplicables a su estilo de vida, a su realidad.

 

Tras 10 minutos de clase, un guerrillero gritó: “Ese es un discurso imperialista, aquí somos comunistas, Marxistas-Leninistas”. Yo no comprendía qué había pasado, claramente fue al hablar de las libertades fundamentales. Los comunistas no aceptan los derechos civiles y las libertades individuales, quieren todo en comunidad, funcionan como un ejército, necesitan de órdenes para vivir, es su forma de vida, la que conocen, no es mejor ni peor, es diferente, sin juzgar. Encontramos grandes problemas de comunicación, del lenguaje, de la forma de encuentro, de cómo llegar a esos nuevos seres humanos que continuaban cargando sus armas como el gran sueño de su vida, como me lo dijo Yan, cada uno era una historia. Presencié la entrega de las armas el penúltimo día de mi estancia.

 

Pregunté qué significaba la bandera, el tricolor amarillo, azul y rojo, en el centro un libro y unas armas cruzadas, me respondieron que las guerrilla quería que todos sus miembros fueran letrados, que leyeran y estudiaran. Algo muy bueno, pensé.

– Y leen? Pregunté-. -No, porque la guerra no nos ha dejado, -respondieron-. No fue fácil enseñar la ficción del Estado, el que los persigue para matarlos y ahora los quiere defender, ni los derechos, tampoco el respeto, o qué son sueños, o qué es tener casa, y el respeto por todos los seres que habitan/mos en este planeta.

 

También supe qué era el amor de guerra, en teoría, cuando un estudiante me preguntó: ¿profesora, con quién va a dormir hoy? Ya sabía que esa era la pregunta del amor de guerra. Eran los días que tenían permiso para tener sexo, los que incumplían la orden eran sancionados. Si los sábados que gozaban de la inmunidad sexual se encontraban amigos se preguntaban con quién pasarían la noche, y se irían a dormir. Al día siguiente no sabían si los encontraría la muerte de la guerra, no esperaban nada más del otro. También pensé a Ingrid Betancourt, secuestrada en 2002 y durante más de seis años por las Farc EP.

 

Ezequiel, un niño de 10 años, que conocí en Marquetalia,  ansioso y amoroso, nunca supo cuál era su nombre, si el que le puso su mamá, pero que su hermana no le quiso recordar o el de guerrillero. La registraduría lo decidió, lo bautizó Ezequiel. Lléveme con usted profe, me decía Ezequiel, con el ojo izquierdo cerrado por un orzuelo gigante, y herpes en el labio inferior, y lagrimitas en sus ojos. Junto a Kevin y sus hermanitas, estos niños intentan tener un país sin armas, sin guerra, pero muchos sin conocerlos, ni vivir esta realidad, lo desean impedir.

 

Cuba. Qué es lo maravilloso de ese lugar que pretendía la revolución de almas libres, felices y seguras alejadas del imperialismo, mi cumpleaños en 2017 era la excusa perfecta.  Llegaríamos al tiempo con Irma, el huracán más fuerte de los últimos años de historia. Sin embargo, si dejaban aterrizar a los aviones, seguro garantizaban la seguridad de los turistas, ingenuamente pensaba, como si el huracán distinguiera en su fuerza voraz entre nativos o extranjeros. Bajar del avión, después de divisar montañas y extensas tierras y cultivos, rodeada por un mar de intensos colores azules, a la isla, que de inmediato tenía un olor que no conocía. Como lo dice Leonardo Padura, en La novela de mi vida, refiriéndose a La Habana: “la magia de La Habana brota de su olor. Quien conozca la ciudad debe admitir que posee una luz propia, densa y leve al mismo tiempo, y un colorido exultante, que la distinguen entre mil ciudades del mundo. Pero su olor resulta capaz de otorgarle ese espíritu inconfundible, que la hace permanecer viva en el recuerdo.” Aunque no he olida nada similar, sé que era un nuevo olor en mi memoria olfativa.

 

El día de mi cumpleaños conocí una viejita que me vendió el periódico del día anterior, que anunciaba que Cuba se encontraba preparada para recibir a Irma, el huracán. Me dijo que estaba cumpliendo años y me regaló un billete con la cara de El Ché Guevara, replicando que él si había ayudado a los ancianos, pero que esa no era la revolución que el deseaba. De paso por la Iglesia conocí a Zoila Regla, su nombre era en honor a la Virgen de Regla, a quien su mamá hizo una promesa al quedar en embarazo. Era su primera vez en esa iglesia, al igual que yo, porque pensaba que solo podían entrar los ricos, y estaban de cumpleaños también la Virgen y Zoila.

 

De los días previos al huracán tengo la reflexión Padura “Además del olor, La Habana me sorprendió con el maravilloso descubrimiento de que allí se vivía con una lujuria y un desenfreno tal como si al día siguiente fuese a llegar un huracán” lo cual me explicaba la forma de ser de los cubanos y su oferta sexual amplia y permanente. Del día en que llegó tengo memoria auditiva, de la fuerza de la naturaleza destrozando casas, devolviendo la basura que indiscriminadamente lanzamos, reclamando sus espacios, bramaba, rugía, la tierra, el mar, el aire, la lluvia, todos a la vez, los animales humanos y no humanos. También rondaban Juanes y Miguel Bosé cantando Nada particular (álbum Bajo el signo de Caín, de Miguel Bosé, 1993)

Dame una isla en el medio del mar 
Llámala libertad 
Canta fuerte hermano 
Dime que el viento no, no la hundirá

Llámala libertad 
Canta fuerte hermano

Bis,bis,bis… 

 

Gritos de auxilio, llanto y silencio, tras una alarma, de la que imaginé era la señal que el huracán estaba pasando. Al despertar estaba todo destruído, la vecina nos invitó a su casa a desayunar, ella, comunicadora social, cursando un doctorado en la Universidad de la Habana, defensora del régimen, y trabajaba para el gobierno. Desde el balcón de su casa observábamos cómo sacaban los cadáveres atrapados por las ruinas de la construcción, creo que son los gritos que tengo grabados aun en el oído, no se supo cuántos muertos fueron, unos decían que uno, otros que tres, y otros que cinco, otros que no importaba porque tenía sida, y otro dijo que eran mariguaneros y viciosos, en medio de las fotografías, los observadores querían husmear dentro del camión de medicina legal, mientras la señora que comía mamoncillos sentada en una silla en la puerta del lado, pedía permiso para alcanzar a ver el espectáculo.

 

Los observadores de esta escena morbosa, mientras sacaban a los muertos, aplaudían a sus líderes y les agradecían por estar con el pueblo, ellos llegaron, con la prensa, y tras una levantada de brazo y movimiento de muñeca con la mano abierta, en señal de saludo partieron rápidamente en lujosos BMW. La señora de los mamoncillos terminó su plato y alrededor en el piso dejó una montaña de cáscaras verdes por mitades trozadas por sus dientes y las pepas descarnadas, alguién que pasaba y casi resbala, pidió de manera no muy amable que las levantara del piso. En las noticias se anunciaba que el huracán no había afectado a Cuba, gracias a comunismo. A los comunistas, marxistas-leninistas, que nunca han leído a Marx ni a Lenin, creo que muchos aún no saben que el muro también cayó.

 

Aprendí que se puede vivir o sobrevivir con pocas cosas, sin lujos, sin buen vivir, comprendí a los balseritos y la falacia del socialismo – capitalista, que busca explotar al turista y explotarse sexualmente como su oferta más atractiva. Eso fue lo que yo encontré, observando que lo que se comparte es la represión y la pobreza, en ojos que gritan el silencio de su palabras mudas, de vivir con pena de muerte, en la cárcel de la imposibilidad de viajar, observar y compararse con otras realidades. Escuché sus opiniones sobre Venezuela y cómo su proceso de transición fue similar, hasta que se acostumbraron.

Y regresé pensando que si sobreviví al huracán Irma, puedo hacer otras cosas más en la vida, y le pedía al viento, que no me lleve de regreso a la isla. Suficiente de represión.

 

La verdadera revolución está en la libertad de Ser y de hacer.

 

 

 

María Carolina Estepa Becerra

Investigadora Redipal

Escritora, docente, consultora en derechos humanos, formada como abogada, Especialista en pedagogía de los Derechos Humanos, Magíster en Derecho Contractual Público y Privado, Doctoranda en Derecho Constitucional por la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires – UBA, Catedrática por la Solidaridad y la Paz nombrada por el Parlamento Internacional de los Estados para Seguridad y Paz área Sudamérica (Organismo Intergubernativo reconocido por Naciones Unidas).

 

El mensaje del foro es editado por Maria Carolina Estepa Becerra Jun 24 '19
Adjuntos:
  A donde me lleve el viento.pdf (448Kb)

-Cartas a la Humanidad-

 

La nube de cenizas del Eyjafjallajökull

 

“I'm holding my hands together
I'm holding my feet together
I'm holding myself together
In this near wild heaven
Not near enough”

(“Near Wild Heaven”, R.E.M.)

                                                                                     

Era marzo de 1997, tenía 16 años y mi timidez me hacía envidiar las tribus de la Amazonia que aún no fueron descubiertas por el hombre dicho civilizado y su progreso misional. Para peor, la muerte de mi padre, pocos meses antes, transformó mi cabeza en un ruido blanco, como el de los antiguos televisores fuera de sintonía. Creo que pudor e inhabilidad social son cuestiones comunes a un 96% de los jóvenes, considerando el 4% de margen de error de los institutos de investigación. Sin embargo, afirmaría que sumarle a esa receta la muerte de quien se ama pone las cosas a otro nivel.

 

Los médicos decían que el dolor en el pecho se relacionaba a un cuadro depresivo causado por el luto. Los cardiólogos no encontraron más que tristeza. El mundo era un lugar en el que las personas me molestaban porque ocupaban demasiado espacio en la calle, se reían en exceso de hechos sin gracia alguna y tocaban bocina incansablemente en el tráfico. Según mi análisis empírico, esos seres torpes perpetraban sus deshumanizaciones porque no les importaba nada más que su propio ombligo. Sacaba esas conclusiones sin medir cuan egocéntrico estaba siendo al creer que todo y cualquier ser vivo del reino monera al reino animal existía apenas para irritarme.

 

El año escolar recién había empezado después de tres meses de vacaciones. Mi escuela, en un barrio de clase media de la zona norte carioca, era un volcán con colores y hormonas adolescentes en erupciones constantes. Había ocasiones en que la nube de cenizas interrumpía el tráfico aéreo, tal cual fue en 2010 con aquel volcán islandés cuyo nombre parece más un estornudo que cambia de idea y se hace tos, el Eyjafjallajökull. Los celadores tenían que separar a las parejas púberes que se enredaban por todos lados en besos y abrazos cargados de hormonas. El director, un militar de la reserva, decidió seguir el reglamento del cuartel de donde había salido décadas antes e impuso una política de tolerancia cero para no ver repetirse lo que había pasado el año anterior, cuando una alumna de 16 años quedó embarazada de un compañero de clase. Sabiendo sobre el orden vigente de reprimir cualquier contacto corporal que durase más de tres segundos, las parejas hacían provocaciones solo para divertirse al ver a los celadores corriendo para separar espermatozoides y óvulos peligrosamente juveniles. Pero yo no participaba de esa alegría. Vivir, para mí, después de la muerte de mi padre, era una ofensa. Lo que buscaba era aislamiento. Y fácil era encontrarlo.

 

Texto completo adjunto…


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